martes, 17 de julio de 2012

El Sueño del Pintor




EL SUEÑO DEL PINTOR



El lienzo dejaba ver la brillante presencia del óleo fresco, mientras que el olor de la pintura, confundido con la trementina; impregnaba todo el ambiente. Solamente las pinceladas rasgaban el silencio del recinto; de poca luz y elevadas ventanas; blancas paredes en la que se dejaban ver, unas pequeñas grietas producto del indetenible tiempo. Las columnas sostenían el techo confeccionado de caña brava; era alto y le daba cierta frescura al recinto. A los pies del caballete, se difuminaban millones de puntos de colores que emulaban un universo multicolor, de formas tan diversas, que daban paso a la imaginación.


En las paredes había cuadros sin concluir llenos de colores, algunos papeles arrugados con dibujos rodaban por el piso del taller; unas esculturas a medio comenzar y otras cubiertas por unas sabanas blancas. Toda la estancia tenía vida propia, emergente de cada rincón, de los ojos de los personajes a medio acabar de esas pinturas, de los colores mismos y su infinita combinación. Un espejo rectangular dejaba ver una dimensión distinta de esa habitación colmada de magia y leyenda.


El hombre que sujetaba la paleta y el pincel, miraba poseso las líneas que emergían de su lienzo, cada nueva pincelada dejaba ver la figura de un prisionero acostado en un viejo catre. Su seño pensativo estaba acompañado por una mirada cargada de tristeza, su camisa remangada no ocultaba esa enigmática elegancia que lograba trasmutar todo cuanto tocaba, desdibujando ese calabozo para transformarlo en un altar. Cada arruga de su faz le daba una vida que saltaba de la tela a esta realidad. Su mano apoyaba su mentón con aire reflexivo; y los claro oscuros daban la sensación de soledad, mucha soledad.


Posteriormente de la larga tarea, el pintor abandona su empresa algo pensativo; la mirada del Generalísimo, quedo grabada de una manera inquietante, tenía una gran curiosidad por los sentimientos de ese hombre en el catre, que pensaría en esas póstumas noches el héroe de Valmy. ¿Será que pensaba en Catalina, En aguas haitianas, a bordo del Leander, en el tricolor de la Bandera, en las noches frías de Rusia, o en los mares lejanos que atravesó muchas veces en busca de un sueño, el las glorias de Pensacola o simplemente en el universo de ideas de su masónica visión de la vida?
Cada mirada del pintor a su obra desataba nuevas interrogantes de ese hombre majestuoso, intrépido como las leyendas de su niñez y a la vez presente en todas las cosas, absolutamente verdadero, como la lejana luna que rodea Urano o el mismo sol.


Así pasaron las horas con su movimiento interminable, sumergiendo al artista en un sueño largo y profundo, mientras contemplaba al viejo general, sus ojos se cerraban hasta que un ruido lo hace saltar de la silla; mira en todas las direcciones instintivamente hasta que frente a el se presenta la figura de un hombre vestido con prendas militares y una espada al cinto, sus chatarreras resplandecían con la tenue luz de las velas, los botones de su guerrera simulaban el brillo de las estrellas lejanas; su mirada proyectaba una sensación de paz e inteligencia. Levanto su mano y dijo al atónito testigo de su presencia:
-Salud hermano, siento que tengo muchas cosas que responder a tus muchas que preguntar.
El joven pintor, mira el cuadro y al misterioso visitante perplejo sin saber que decir, era la misma persona presente ante el, cargada de vida, su estampa gallarda lo impresionó al mismo tiempo que pregunto:
-¿Es usted quien creo que es o eres el espejismo producto de mi sed de conocimiento?
-Soy lo que tu corazón quiere que sea, soy los colores de la bandera, sus estrellas, soy la brisa marinera que empuja las velas de los barcos en las costas; soy las piedras del cuartel libertador de puerto Cabello, soy las cadenas y cada uno de los eslabones que me unen a la historia; estoy presente en cada color de tu paleta y en la ausencia del negro de la noche; mi alma esta esparcida por cada rincón de esta tierra de gracia, desde la Vela de Coro hasta los Llanos, desde las montañas Andinas hasta las costas cumanesas, en el Cerro el Ávila o en las empedradas calles de Caracas, soy la esencia misma de Venezuela.
Este ser cargado de vida, levanta la claridad de sus ojos hacia las ventanas y girando sobre sus botas dice en baja voz:
-Sentí el calor de la traición y el veneno de la decepción, no adopte ninguna patria ya que me sentía universal; eso me empujo por el mundo tratando de cultivar la emancipación, mire las estrellas y me formule muchas preguntas sobre los misterios de la vida y por ello fui juzgado. Los seres humanos son temerosos de lo que desconocen y es por ello, que un ser como yo siempre fue un incomprendido. Caminé por tierras lejanas y mi piel se erizo ante el retumbar de los cañones. Te mentiría si te digo que no experimente miedo; pero algo superior siempre marcaba mis pasos en cada batalla.
Cuando estaba el Leander, miraba en la cubierta el horizonte abismado con la belleza del mar caribe, el sol era diferente al que iluminaba en Europa, su calidez llegaba hasta lo más profundo de mi alma aventurera, cargándome de energías para las luchas que se aproximaban a mi vida; pero no temas por las cadenas que me ataron en la Carraca soy inmortal y traspaso los velos del tiempo nada podrá jamás detener mi alma, soy el fuego patrio, soy Francisco de Miranda.


El pintor se sobresalta en plena madrugada, observa a su alrededor y todo esta inalterable, la figura en el lienzo lo seguía mirando pero esta vez el ya entendía lo que transmitían esos ojos, llenos de fuego y calma aparente. Sintiendo la sensación maravillosa de este sueño patrio, el artista sujeta su paleta y se dispone a terminar de impregnar de los colores a la figura del viejo guerrero, esta vez la inspiración daría paso al final de su obra pictórica, quedando grabada para siempre en el colectivo; la figura del mas grande de los guerreros de mundo, el genio del gran Francisco de Miranda Rodríguez.


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